Relato erótico de Mel Caran

Amor de ida y vuelta

 

Estar con él, es algo que no puedo explicar, porque ni yo misma lo entiendo. Nuestros encuentros sexuales son increíbles, inmejorables diría yo, pero nada comparado con el sentimiento mutuo que cada día nace entre nosotros. No es amor. El amor, al final lo estropea todo. Lo nuestro es algo más que eso, lo nuestro es más sincero, porque no pedimos explicaciones, no hacemos preguntas, damos lo que queremos sin esperar nada a cambio, y nos queremos, claro que nos queremos, más incluso que algunos amantes muy enamorados, pero lo hacemos a nuestra manera.
Mientras sus labios devoran los míos, mis manos desabrochan su corbata. Mis dedos vuelan sobre los botones de su camisa y la visión que ya me ofrece su torso desnudo empieza a hacer que se me acelere el corazón.
Su sonrisa me dice que sabe lo que estoy pensando. Le gusta pavonearse frente a mí, mostrándome su escultural cuerpo y aumentando mi excitación con sus sensuales caricias sobre mi cuerpo semidesnudo.
Su corbata cuelga desanudada de su cuello. Agarro los dos extremos y con fuerza lo acerco de nuevo a mi boca besándolo apasionadamente y le quito la camisa y los pantalones. Sus expertos dedos desabrochan el cierre de mi sujetador y mis pechos sienten el contacto de la piel de su torso.
Seguimos unidos por nuestras bocas y por el roce de nuestros cuerpos, su mano acaricia dulcemente mi sexo por encima de mis bragas, pero yo no puedo contenerme tanto e introduzco mi mano dentro de sus boxers.
De repente cesan sus caricias, se revuelve sobre mí haciendo que mi mano pierda el contacto con su pene y se sienta sobre mis caderas. ¡Oh sí! La visión es perfecta. Y me deleito, recreándome y estudiando cada centímetro de su piel.
Una sonrisa maliciosa aparece en su rostro y empieza a deslizar lentamente la corbata que todavía cuelga de su cuello. Sus ojos se pierden sobre mi cuerpo mientras se acerca a mí, sujetando ahora entre sus manos la corbata, extendida frente a mis ojos.
—No lo hagas, por favor. Quiero verte —le suplico.
—Luego me verás, preciosa. Ahora quiero que sólo me sientas —me susurra al oído.
La oscuridad se cierne sobre mí y mi excitación aumenta a cada segundo.
Empiezo a sentir sus besos sobre mi cuello y le abrazo fuerte contra mí.
—Shhh… no puedes tocarme… sólo yo lo haré… —me sigue susurrando.
Sus fuertes manos atrapan mis muñecas y sujetándolas por encima de mi cabeza me ordena que las mantenga ahí quietas. Sus labios siguen sobre mi cuerpo, quemándome a su paso.
Se me agudizan los sentidos y mi corazón se acelera a mil por hora en el mismo momento en que siento su dedo acariciando mis labios y trazando una línea, se desliza por mi barbilla, baja por mi cuello y sigue su lento y delicioso recorrido entre mis pechos en dirección a mi abdomen.
Allí se entretiene dibujando círculos alrededor de mi ombligo y ya, en este momento, es cuando mi cuerpo se rinde totalmente bajo los efectos de su dulce y casi imperceptible caricia.
Es increíble cómo, con tan sólo la yema de su dedo, puede llevarme al paraíso del placer de una forma tan rápida y tan excitante.
Siento como se tiende a mi lado y besándome el hombro, reanuda el peregrinaje sobre mi cuerpo y siento correr una línea de fuego por mi pubis.
Todavía no ha tocado mi sexo y mis gemidos brotan de mi garganta de una forma descontrolada, el deseo de que me toque me mata y lo sabe, le suplico que lo haga y mi deseo es concedido.
Su dedo se adentra en mi caliente interior y su excitación aumenta al encontrarse con mi humedad, eso le vuelve loco y su locura se refleja en la presión que ejerce su pene sobre mi muslo.
Mi clítoris es atrapado por sus caricias y lo siento duro e hinchado bajo sus dedos, mis manos se pierden entre sus cabellos mientras él besa descontroladamente mis pechos y yo me dejo arrastrar hacia las puertas del cielo, acompañada por un orgasmo tan sensual e intenso que me hace sentir la mujer más deseada del mundo.

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2 Comentarios

  1. Muy sugestivo y cálido, se deja querer, Felicidades, Mel.

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