Laura
Una historia en un lugar sin tiempo…
Hoy desperté; satisfecho, sin apetito ni
preocupaciones. Todo lo contrario le sucede a Laura
y sus hambrientos ojos, siempre fieles a mis deseos.
Intemporal es Laura, mi ama de llaves; como
“Antienn”; refugio de tres orgullosas generaciones
McHearn. Recuerdos anclados en la mansión son
ancianos jueces: Conquistadores, capitanes de
caballería, mujeres criollas, guerras, disputas,
esfuerzo, mentiras, combates, desdichas, y la cólera
divina; crearon la estirpe McHearn.
El frugal cuerpo al que obedece le sigue a todas
partes. Conoce indisolubles enseres, estancias, olor
de la hacienda, secretos de Antienn, como los brotes
de sus dedos. Su lóbrega sombra la invita a entrar en
111
mi habitación. Siquiera me ve; la observo. Los ojos
negros de Laura, con una estremecedora melancolía
ataviados, sesgan la obscura estancia. Ante los
doloridos ojos; el lecho de estilo barroco, anulado al
descubrir un bulto de carne encima ¡Ciertamente!;
en las sábanas ya púrpuras, navega el cadáver de una
criatura otrora humana.
Carece de ojos. Gráciles, fuertes dedos los han
dispuesto con el mayor cariño y cuidado sobre la
almohada. Resbalan formando las caricias de Laura,
el concebir de dulce humedad; coagulando cabellos,
sangre, con desamor.
Me esfuerzo… Recuerdo su cálido vientre, bañado
en vino, fueron noches solo limitadas por nuestros
cuerpos y la naturaleza humana. Mi existencia
traspasaba las horas, días, segundos;
confundiéndome con su piel color espiga,
abandonándome en labios olor miel, y el salvaje
112
aroma de sus muslos sabor a mar. Extraviando mi
alma generosamente. Sin mesura contemplándola.
Deje de leer, apenas comía, desatendí la cosecha,
mis campos con sus esclavos negros. Los estudios
metafísicos. Perdiendo todo lugar y rumbo.
Encerrado en la sombría belleza de Laura que tomó
al asalto mi espíritu, enervándolo. Olvidé todos los
deberes de un McHearn .
Dejé de ser: Evocación de cabellos cobrizos,
peinando el cielo con color de mi alma. Salvajes
sentimientos, antes de poseerla, enterraron los
secretos de los besos y de “Antienn”.
Laura tenía suficiente con mí preexistir para ella
cada momento de la vida. Muda volví el alma,
zarandeando el destino del hombre, yéndose la vida.
No es lo mismo en este instante. Tiempo, lujuria,
amor, abandonan ser terrenales, deshacen la pasión,
transforman un nada en infinito. Como el punto que
nos separa de la unión con la vida; y nos da la
nuestra reinventada.
113
Poseo rara impresión; impronta del tiempo ya con
sentido…
Laura cierra los párpados de los vacíos huecos. El
olvido y una sensación de despedida le roban valor a
sus senos que se inclinan rozando el cuerpo lívido.
Entrega un beso a la frente; sin calor, Fuera el cielo
es azul.
Espectrales, largos, penetran en la habitación dos
hombres con atuendo fúnebre; encorvados ejecutan
su trabajo. Amortajan el cuerpo.
Me siento pesado, los miembros se niegan a
obedecer; inmóvil…
Un tercero atraviesa la estancia salpicándola de
cortos e imprecisos pasos; recoge los dos ojos
introduciéndoles en una urna de cristal, que contiene
una amarilla sustancia; sepultándolos en su
contenido.
Ahora el cielo es de aceitoso color.
En “Antienn” luz púrpura.
114
Hoy desperté; satisfecho, sin apetito ni
preocupaciones. Todo lo contrario le sucede a Laura
y sus hambrientos ojos, siempre fieles a mis deseos.
Intemporal es Laura, mi ama de llaves; como
“Antienn”; refugio de tres orgullosas generaciones
McHearn. Recuerdos anclados en la mansión son
ancianos jueces: Conquistadores, capitanes de
caballería, mujeres criollas, guerras, disputas,
esfuerzo, mentiras, combates, desdichas, y la cólera
divina; crearon la estirpe McHearn.
El frugal cuerpo al que obedece le sigue a todas
partes. Conoce indisolubles enseres, estancias, olor
de la hacienda, secretos de Antienn, como los brotes
de sus dedos. Su lóbrega sombra la invita a entrar en
111
mi habitación. Siquiera me ve; la observo. Los ojos
negros de Laura, con una estremecedora melancolía
ataviados, sesgan la obscura estancia. Ante los
doloridos ojos; el lecho de estilo barroco, anulado al
descubrir un bulto de carne encima ¡Ciertamente!;
en las sábanas ya púrpuras, navega el cadáver de una
criatura otrora humana.
Carece de ojos. Gráciles, fuertes dedos los han
dispuesto con el mayor cariño y cuidado sobre la
almohada. Resbalan formando las caricias de Laura,
el concebir de dulce humedad; coagulando cabellos,
sangre, con desamor.
Me esfuerzo… Recuerdo su cálido vientre, bañado
en vino, fueron noches solo limitadas por nuestros
cuerpos y la naturaleza humana. Mi existencia
traspasaba las horas, días, segundos;
confundiéndome con su piel color espiga,
abandonándome en labios olor miel, y el salvaje
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aroma de sus muslos sabor a mar. Extraviando mi
alma generosamente. Sin mesura contemplándola.
Deje de leer, apenas comía, desatendí la cosecha,
mis campos con sus esclavos negros. Los estudios
metafísicos. Perdiendo todo lugar y rumbo.
Encerrado en la sombría belleza de Laura que tomó
al asalto mi espíritu, enervándolo. Olvidé todos los
deberes de un McHearn .
Dejé de ser: Evocación de cabellos cobrizos,
peinando el cielo con color de mi alma. Salvajes
sentimientos, antes de poseerla, enterraron los
secretos de los besos y de “Antienn”.
Laura tenía suficiente con mí preexistir para ella
cada momento de la vida. Muda volví el alma,
zarandeando el destino del hombre, yéndose la vida.
No es lo mismo en este instante. Tiempo, lujuria,
amor, abandonan ser terrenales, deshacen la pasión,
transforman un nada en infinito. Como el punto que
nos separa de la unión con la vida; y nos da la
nuestra reinventada.
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Poseo rara impresión; impronta del tiempo ya con
sentido…
Laura cierra los párpados de los vacíos huecos. El
olvido y una sensación de despedida le roban valor a
sus senos que se inclinan rozando el cuerpo lívido.
Entrega un beso a la frente; sin calor, Fuera el cielo
es azul.
Espectrales, largos, penetran en la habitación dos
hombres con atuendo fúnebre; encorvados ejecutan
su trabajo. Amortajan el cuerpo.
Me siento pesado, los miembros se niegan a
obedecer; inmóvil…
Un tercero atraviesa la estancia salpicándola de
cortos e imprecisos pasos; recoge los dos ojos
introduciéndoles en una urna de cristal, que contiene
una amarilla sustancia; sepultándolos en su
contenido.
Ahora el cielo es de aceitoso color.
En “Antienn” luz púrpura.
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