¡¡Ven!! ¡¡¡Juguemos!!!
Juguemos… Amante, Amor, Amigo… ¡Porque jugando desafiaremos al destino!
No sé en qué momento de éste domingo empecé a sentirme tan… vulnerable! Te echo de menos, ansío tenerte cerca, dentro de mí, incendiado de mí…
Sucedió hace tanto… Y cada día que pasa sin sentir tu tacto es un infierno, un desierto inacabable, un morir sin morir al caer la tarde.
Nos conocimos en el parque. El verano estaba siendo muy caluroso, se hizo costumbre bajar a sentarme en el columpio un rato antes de dormir, me resultaba muy relajante… Tú paseabas a tu perro. Durante días nos observamos, al principio con disimulo, pero según iban sucediéndose éstos, con más curiosidad e intriga. Más tarde me confesaste que te sentiste fascinado por mi forma de columpiarme y no podías dejar de imaginar que hacíamos el amor allí mismo, a horcajadas el uno sobre el otro. A mí me resultaba extraño, ¿qué pensarías? Me mirabas sí, pero nunca saludabas, llegabas siempre un minuto o dos después que yo y te sentabas en aquél banco frente a mí a observarme sin más.
Me resultaste muy atractivo desde el primer momento y a veces tenía fantasías contigo.
Un viernes no apareciste y el pánico se apoderó de mí, comprendí entonces cuán necesario te me estabas volviendo. Cuando regresé al coche una tarjeta en el limpia parabrisas, con un número de teléfono y una frase me devolvieron la ilusión. La tarjeta decía: ¡Me gusta el juego! ¡Llámame!
Inmediatamente lo hice, impaciente por saber cómo sería tu voz.
– Holaaa…
– Deseo jugar contigo, Pareces valiente, aguantaste mi mirada durante estas dos semanas sin inmutarte.
– Lo soy
– Haz todo lo que te diga y esta será tu noche princesa, una noche que nunca olvidarás, pero deberás hacer exactamente lo que te diga. Cuando llegues aparca frente a la puerta, reconocerás la casa porque estará en penumbra, yo saldré a buscarte.
Paré el coche y esperé, un minuto más tarde apareciste ante mí sonriente y posando tus ojos brillantes en mis ojos me besaste apasionado y feliz
– Ahora voy a vendarte los ojos amor.
Bajé del coche y tú me condujiste despacio por la calle, con tu mano rodeando mi cintura. Tu aroma ya emanaba connotaciones eróticas, y supe que estabas tan excitado como yo. Una oleada de deseo ascendió por mi cuerpo y comencé a estar húmeda.
Entramos en la casa y olía muy bien, me dijiste:
– Todo está en penumbra, he tardado una hora en encender las velas, más tarde lo verás. Me llevaste a una habitación alfombrada con pétalos de flores que acariciaron suavemente las plantas de mis pies y embriagaron mis sentidos con su aroma. Mi excitación aumentaba con cada una de estas sensaciones.
Te habías ocupado de todo con tanto detalle que creí estar viviendo en una película erótica.
– Estás divina, eres divina…
– Estoy mojada,.. para tí,..
Besos, besos húmedos, jugosos, húmedos, besos que desean más besos…
No puedo dejar de besarte decías, me gusta que parezcas vulnerable, déjame acariciar y besar tu espalda, vuélvete. Te separaste un momento y escuché tu ropa cayendo al suelo. Cuando volviste a acercarte sentí tu boca mordiendo mis pezones, mis manos revolvían tu pelo, no podía dejar de acariciarte la cabeza ni evitar gemir,
– Gimes de una manera tan especial que oírte me excita muchísimo… no dejes de gemir…
Me coges en brazos y yo rodeo tu cintura con mis piernas. Me sientas en la mesa…
– He imaginado muchas veces esta posición, dices, Mientras te columpiabas, pero debía esperar a que estuvieras preparada.
Siento tus manos que arañan mi espalda y van bajando lentamente y fijándose a mis nalgas, te agachas y tu lengua recorre mi cuello y baja por mi cuerpo hasta alcanzar un clítoris hambriento, poseso…
– Es maravilloso sentir tu lengua sobre él… Me enerva la piel.
No puedo aguantar más, convulsiona mi cuerpo mientras me embistes con fuerza, tú de pie y yo sentada en la mesa. y no puedo más y me derramo… un infinito escalofrío me recorre entera, la piel gime posesa y grito de placer y luego río… río fluyendo como el río que corre por mis venas…
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