PIEDAD
Otra noche más los mismos golpes. Golpes que no te dejan dormir. Golpes constantes y monótonos que se repiten noche tras noche. Pero eso no es lo peor. Lo peor son los gemidos. Los gemidos de la bestia.
No me extraña que papá nos abandonara. Yo tampoco los habría aguantado. Pero mamá no dice nada. Ella lo acepta. Así que intento encerrarme en el baño, acallar los sonidos que no me dejan conciliar el sueño. Pero no sirve de nada. Están ahí. En mi cabeza. Así que noche tras noche me acerco sigilosamente al cuarto de mi madre. Cuanto más me acerco, más irrespirable se hace el ambiente. Es por el hedor. El hedor de la bestia. Pero quiero mirar.
Entreabro la puerta de su cuarto y noche tras noche miro ensimismado y asqueado el mismo ritual. La bestia sobre mi madre. Haciéndola daño. Y mi madre en trance, llena de placer, retorciéndose, contorsionándose, seducida por este ser de mil rostros que cambia noche tras noche. Pero yo he visto su verdadero rostro. Ese que me ha visto todas las noches y ha sonreído al descubrir que estaba observando. Un rostro que todo el mundo desconoce menos yo.
Pero esta noche es diferente. Esta noche no voy a ser meramente un espectador. Un espectador que se queda impávido mientras su madre es poseída por una bestia que le está robando su alma y consumiendo su cuerpo. Esta vez actuaré. Pero debo dejar que la bestia sacie sus ansias y posea de nuevo a mi madre. Contra la bestia no tengo nada que hacer. Es superior a mi. Pero madre es otra historia.
Espero pacientemente en el pasillo a que la bestia salga. En cuanto sale, el hedor me aturde. La bestia, como todas las noches, me mira fijamente, sonríe y sigue avanzando por el pasillo. Es su forma de castigarme, de hacerme saber que no soy rival para él. Pero esta noche le haré ver que se ha equivocado conmigo.
Cuando entro a ver a madre, ni siquiera se da cuenta de mi presencia. Está echada en la cama. Ni me reconoce. Me acerco hacia ella. Le beso la frente. Le digo que la quiero, que no puedo vivir sin ella. Le clavo un cuchillo de cocina en su corazón. Sus ojos me dicen que se ha dado cuenta que soy yo. No te preocupes madre. No estarás sola. Ahora mismo estaré contigo. Con firmeza, deslizo el cuchillo de cocina por mi frágil y delicado cuello y me desplomo contra su sangrante corazón. Estaremos siempre juntos. Y la bestia nunca nos encontrará.
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