A cuatro patas. Sintiéndome sucia, depravada, receptiva al falo que amenaza mis fronteras; expuesta para ser penetrada hasta el interior de mi reino, asaltada con gemidos de placer entre litros de mis jugos, que saborearé cuando mis fauces engullan su sexo para drenarlo y que su simiente cubra mi rostro…
– ¿Así imaginas tu primera vez, hermanita? – preguntó condescendiente Ana, agitando la hoja que había encontrado sobre el escritorio que compartían.
Sandra no la escuchó. Aquella noche sería tal y como había escrito.
Ana seguía despierta cuando regresó. No preguntó nada. El sonido del papel rasgado entre lágrimas fue suficiente.
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