Relato erótico de Epicuro de Tal

LA PRIMERA VEZ
Acababa de sentarme mientras esperaba a la chica con la que me había citado a través de una página Web de contactos. Estaba nervioso ante la expectativa de lo desconocido y para no seguir devanándome los sesos con esas dudas que todavía no iba a ser capaz de resolver, me puse a observar los juegos amorosos de algunos adolescentes, pensé que era casi seguro que se habrían fugado de sus clases al sentir en la sangre el comienzo de la primavera. No se de dónde llegó a mis oídos una vieja melodía, era una canción de The Doors que ya hacía años que no había vuelto a escuchar. Por alguna extraña conexión de mis neuronas la situación me transportó hasta un viejo jardín que había en las afueras de mi pueblo, uno de esos lugares que ya han sido devorados por la expansión inmobiliaria y la codicia, por unos instantes sentí como si estuviera en aquel lugar viendo brillar las hojas bajo los rayos de sol. El jardín estaba lleno de chopos que crecían entre la hierba y las flores silvestres, entre los restos de antiguos muros cubiertos de enredaderas y una vieja verja oxidada que lo separaba del río. Entre las ramas se colaban algunos de esos rayos por los que veía flotar una especie de neblina formada por la pelusilla que soltaban los árboles, el polen y algunos insectos, lo que le daba a la escena un toque un tanto fantástico. Yo estaba allí, en medio de aquel jardín, con el corazón palpitando deprisa. Ella llevaba un vestido corto, tan ceñido que resaltaba la voluptuosidad de su cuerpo. Sus largos rizos dorados le caían hasta cubrir un poco lo que el escote dejaba ver de sus senos. Los dos nos habíamos tumbado en la hierba y ella acababa de quitarse las sandalias. Yo estaba muy cerca, casi encima de ella, sintiendo su aliento. Puse la mano sobre el interior de su pierna y nos besamos. Después subí un poco la mano por dentro de su vestido a la vez que nos volvíamos a besar, ahora con más pasión. Ya sentía la humedad de sus labios y su lengua, y poco a poco comencé a sentir también otras humedades. La tenía entre mis manos, temblando y vacilando entre el placer y las dudas. Yo notaba que el fuego crecía en mis entrañas acelerando mi corazón que ahora bombeaba la sangre hasta todos los rincones de mi cuerpo. La tenía muy dura. Comencé también a besarle esos senos. Todo el ambiente que había a mi alrededor estaba anegado de primavera y deseo. Mis manos se deslizaban por su piel y ella quiso resistirse, pero también estaba poseída por aquella embriaguez. Exploré todo su cuerpo y noté el flujo de sus líquidos lubricándolo todo. Se resistía sin mucho convencimiento y eso a mí me excitaba aún más. Sentía como si algo me fuera a explotar. Llevé su mano hasta mi sexo. Más tarde también su boca. Y cuando miré a mí alrededor por si el azar había traído algún observador a la escena, vi que el caballo que había atado con una cuerda al otro lado del jardín, se había acercado más de la cuenta y estaba nervioso. Cerré los ojos. Ahora todo eran caricias, humedades, gemidos… Al final no pude consumar el acto, y todos los líquidos se desparramaron entre sus bragas y mis manos. Fue un momento especial que hoy ha regresado a mi memoria. He sentido nostalgia de aquel instinto que removía todos mis sentidos. Entonces el mundo me parecía algo inabarcable y misterioso, y yo sentía una fuerza poderosa que me llevaba a intantar ir descubriéndolo todo.
Ahora estoy de nuevo en el parque, esperando a esa chica que he conocido hace sólo unos días, con el deseo de volver a sentir la magia de aquella primera vez.

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