Para pensar…

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Siempre he sido muy de metáforas, la verdad, todos los que me conozcan (tanto en ámbito personal como profesional) saben que soy muy dada a ellas. Me son útiles, fáciles de ver y, sobre todo, fáciles de hacer ver a los demás.

Por eso también me gustan los cuentos que hacen pensar, las típicas enseñanzas que se leen con dos de pipas pero que te hacen que te plantees las cosas. Por eso os traigo hoy dos historias que siempre me han gustado mucho, ambas sobre la actitud que tomamos ante la vida y como enfocamos los problemas. Espero que os gusten! 🙂

El padre y la hija:

«Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y de cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro.

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir. Sin decir palabra. 

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente. 

Mirando a su hija le dijo: «Querida, ¿Qué ves?»; «Zanahorias, huevos y café» fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. 
 
Humildemente la hija preguntó: – «¿Qué significa esto, padre?» Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había puesto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo eran únicos: después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua. «¿Cuál eres tú, hija?, Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿Cómo respondes?», le preguntó a su hija. 
 
¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, poseías un espíritu fluido, pero después de una pérdida, una crisis, o un problema te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿Eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido? ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. 
 
Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor tú reaccionas en forma positiva, sin dejarte vencer y haces que las cosas a tu alrededor mejoren, que ante la adversidad exista siempre una luz que ilumina tu camino y el de la gente que te rodea. Esparces con tu fuerza y positivismo el «dulce aroma del café».
 
¿Y tú?, ¿Cuál de los tres eres?»

 

El vaso de agua:
«En una sesión grupal, la psicóloga en un momento dado levantó un vaso de agua.

 Cuando todos esperaban oír la pregunta: «¿Está el vaso medio lleno o medio vacío?» , ella en lugar de ésto preguntó:

– ¿Cuánto pesa este vaso?

Las respuestas de los componentes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos.
 
Pero la psicóloga respondió:
 
– El peso absoluto no es importante, sino el percibido, porque dependerá de cuánto tiempo sostengo el vaso: Si lo sostengo durante 1 minuto, no es problema. Si lo sostengo 1 hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo 1 día, mi brazo se entumecerá y paralizará.
 
El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve. 
 
Después continuó diciendo:
 
– Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas en ellas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado e incapaz de hacer nada.
 

¡Acuérdate de soltar el vaso!»

 

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