LA HUIDA
Eric y Sandra corrían por las calles puestas patas arriba, en silencio, mirando a todas partes, parapetándose entre los escombros. Entraron en el centro comercial por el hueco de una puerta acristalada. Hacía tres días que se habían quedado solos. Apenas habían hablado desde entonces, cualquier conversación se dirigía sin remedio hacia los compañeros muertos… pero hoy… hoy el aire olía a primavera y brillaba el sol. Debían buscar comida, agua y ropa limpia.
Las tiendas habían sido saqueadas varias veces después de que empezara el Exterminio, pero aún quedaban más cosas de las que podrían llevarse. Nunca se acabarían. Cada vez quedaban menos personas para usarlas. Pronto quizás a ellos tampoco les hicieran falta.
Y pese a todo, la vida continuaba…
Bucearon entre los montones de ropa buscando prendas cómodas para huir en cualquier momento. Mientras Eric escogía una cazadora, Sandra se desnudó para cambiar de camiseta.
Él ya había visto el cuerpo de su compañera. Muy delgado. Lleno de rasguños y moratones. Nunca le había provocado ningún deseo, salvo quizás el de aliviar su dolor. Pero hoy, ese día en que empezaba la primavera, sintió algo especial al verla colocarse frente al espejo y probarse ropa nueva. Era hermosa.
Ella le vio mirarla. Sonrió. Se sintió halagada con su mirada y cuando se acercó a besarla le devolvió el beso lentamente, dejando que el miedo retrocediera un poco, como si mientras se abrazaban no pudiera pasarles nada.
Se tumbaron en el suelo, sobre la ropa nueva. Descubriéndose poco a poco, sin prisas. Desde el Exterminio habían visto a gente perder la cabeza y entregarse al sexo en plena calle, con desconocidos. Ellos hicieron el amor despacio, disfrutando también del momento de calma que se estaban regalando.
Eric rodó para colocarse boca arriba y subió sobre él a Sandra, aún con la camiseta nueva realzando su figura. Ella cerró los ojos y aceleró la cabalgada.
Pasó un minuto. La sonrisa de Sandra se fue desvaneciendo. Tras los párpados cerrados sólo veía imágenes terroríficas.
No tenía ganas de seguir pero tampoco quería romper el hechizo por Eric. Él había sido su amigo todo este tiempo y quizás mañana murieran. Se dejó hacer blandamente mientras sus pensamientos volvían a la masacre de hacía tres días. Los compañeros caían uno a uno, tenía sus rostros grabados en la retina. Muertos.
Abrió los ojos de par en par. Eric percibió su preocupación y se enfrió. Quedaron tumbados frente a frente.
–Perdona –se disculpó él–. Yo no quería… sólo…
Pero ahora Sandra sí quería. Si cerraba los ojos veía rostros ensangrentados, pero al abrirlos veía el de Eric, limpio y hermoso, lleno de juventud, vida. No quería pensar más, quería contagiarse de esa vida, de esas ganas que ya sentía en su interior y que le calentaban la frente y el abdomen. Tiró de él hacia sí, fundiéndose a su silueta.
–Sigamos, sigamos.
Su compañero reaccionó al momento y volvió a amarla, mientras le cubría el cuello de besos. Pasó sus manos bajo la camiseta y se la quitó con dulzura, dejando a la vista una escena que le emborrachó aún más de deseo.
El tiempo pareció detenerse mientras ellos danzaban.
Desde su posición, Sandra podía ver el pasillo en sombras, Eric estaba de espaldas, sobre ella, concentrado en una tarea que pronto llegaría a su fin. Pero Sandra miraba constantemente y estaba dejando que las dudas volvieran a introducirse en su mente. –Ha pasado demasiado tiempo –pensaba–. Todo saldrá mal. Ellos vendrán. Vendrán por ese pasillo. Nos matarán.
Mezclaba sus preocupaciones.
–Eric no parará, no podrá parar, me quedaré embarazada, no quiero estar débil, no quiero tener a mi hijo de esta manera. Y nos matarán. Ya vienen. La sombra del pasillo se mueve, la sombra ¡La sombra!
Abrió la boca para gritar, pero Eric interpretó este gesto como excitación y selló sus labios con un beso, se apretó contra ella, entrando más y más en su vientre y tocando su lengua con la suya.
Sandra se estremeció. Agarrotada por el miedo, intentando gritar y con su compañero apresándola sin saberlo con su peso y con sus ganas, en el momento que menos lo esperaba, alcanzó el éxtasis.
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