Sonríeme
El sol brillaba en lo alto del cielo a la hora del mediodía en aquella metrópoli. Era un bonito día de primavera y corría una brisa que daba como resultado una temperatura y un ambiente inmejorables.
Mario agarraba nervioso el volante de aquel vehículo de auto-escuela que ya había conducido anteriormente, sentía el tacto rugoso en las yemas de sus dedos, notaba como su corazón latía deprisa y una gota de sudor recorría su frente, justo debajo de su pelo corto y rizado de color negro.
Sentía las piernas agarrotadas, temía que éstas no le respondieran y no pudiera responder a tiempo ante cualquier imprevisto. Sus vaqueros azules escondían debajo un temblor evidente, más propio de un chiquillo que de todo un hombre de veintiún años. Estaba absorto mirando la carretera, su mirada estaba clavada en el asfalto de aquella vía que conducía a las afueras de la ciudad, que en esta época estaría precioso.
Entonces sintió una mano en su muslo que le agarraba con energía, entonces se giró y encontró el rostro amable de su profesor, Toni. Esbozaba una sincera y amplia sonrisa, sus ojos verdes miraban con interés a su nervioso alumno. Se pasó los dedos por su melena rubia colocando sus cabellos, y remató con una frase de una sola palabra, acompañada de un cómplice guiño de ojo que fue muy “Tranquilo”. Tenía solo cinco años más y ya llevaba dos de profesor. Sin duda era un gran profesor, además de una buena persona.
Al cabo de un rato el profesor notó que el patente nerviosismo de su pupilo se acrecentaba, entonces decidió ordenarle que parara el coche y se relajara.
Frenó, aparcó en el arcén y quitó el contacto del coche. Para ayudarle a relajarse Toni propuso salir fuera, al aire libre. Estaban ya en las afueras y un precioso paisaje con vistas a la ciudad donde la soledad era su única compañera.
Toni no pudo evitar fijarse en el tiro del pantalón de Mario al bajar del coche, donde un bulto sobresalía; cosa que este intentó disimular sin éxito.
Se sentaron juntos sobre el capo, al apoyarse una mano tocó la otra y hubo un breve lapso de tiempo de risas y chistes. La sonrisa de Toni salió de nuevo a escena y no pudo resistir mirararla como un bobo aquel aprendiz de conductor. Cosa que no pasó desapercibida; durante unos segundos el tiempo se paró y se miraron fijamente, sus sonrisas desaparecieron y de repente en un brusco movimiento, totalmente inesperado. Toni juntó sus labios con los de aquel chico, sintió el contacto húmedo de éstos durante unos segundos antes de separarse. Al hacerlo se miraron con cierto aire de desconcierto y de curiosidad también, pero a ese beso le siguieron una serie de ellos donde la lengua fue protagonista absoluta.
Entonces, la mano de Toni buscó la bragueta del vaquero de aquel manojo de nervios humano que estaba temblando más aún que antes, y metiendo su mano pudo comprobar la erección que sufría. Necesitaba verla, desabrochó sus botones y de un tirón bajó su ropa, dejando el pene de Mario erecto totalmente al aire. Era bastante grande y bonito, rápidamente comenzó a acariciarlo y a masajear sus testículos mientras besaba apasionadamente su cuello, Mario solo podía gemir, no daba crédito a la situación. Toni decidió subir un nivel más y se arrodilló, agarró con firmeza el pene por su base y se lo llevó a la boca, comenzó a lamerlo suavemente, cubriéndolo de saliva caliente. Después lo besó y acabo por introducirlo entero en su boca. Mario sintió el calor y la humedad, entonces Toni comenzó a mover su cabeza de arriba abajo muy rápido, Mario no podía controlarse y sentía el roce delicioso de sus labios mientras sus manos masajeaban su escroto depilado. Solo el sonido de aquella mamada rompía el silencio.
Solo unos segundos después Toni notó como el semen chocó contra su paladar, fuerte y caliente. Mario soltó un gemido prolongado mientras se contraía, miró hacia abajo donde su pene aún estaba dentro de la boca de Toni y encontró aquella sonrisa tan dulce, acompañado de un gesto ya tan conocido como un guiño con su ojo.
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