HABITACION 508
Virginia, mi mejor amiga, también casada, llevaba demasiado tiempo sufriendo el maltrato sicológico de un compañero de trabajo, ese odio singular de los mediocres hacia los distinguidos. Virginia se distingue por su belleza…
Un día, en un café matinal, estaba muy angustiada, y le animé a que buscara fuera del trabajo, una válvula de escape, como la lectura, o el deporte…
– «¡No puedo!…, no me se desconectar»
– Te propongo que huyamos dos o tres días a Madrid a cambiar de aires…
– «¡Pues sí…!», exclamó pensativa.
En los siguientes días no insistí sobre ello. Más tarde, risueña, me dijo que reservaría un bonito hotel y quedamos para finales de mayo. Contrató un hotel moderno en la Gran Vía, cerca de la plaza de España. En internet se veía adornado de arabescos y volutas…
Fuimos en AVE distintos, para no levantar sospechas. Ella llegó antes y compró una botella de Moët para descorcharla en nuestros devaneos.. Yo llegué sobre la una. En la Gran Vía mis pupilas y pulmones se ensancharon con esa luz de Madrid, limpia, trasparente. Aquella atmósfera era la propicia para un furtivo y desatado encuentro. Antes ella me había mandado un sms para avisarme de que me esperaba en el restaurante de enfrente.
Primero fui al hotel, a dejar la maleta, y al entrar en la habitación olí el inconfundible perfume de Virginia, tan italiano y delicado… Su aroma aportaba sensualidad a los plateados arabescos de las paredes…; la cama era grande, blanca, y limpia.
Tras la comida dimos un breve paseo por los alrededores, y a las cinco de la tarde entramos al hotel. En su ascensor abracé a Virginia, la cogí por las caderas y bese sus labios. Ella atrajo mi culo hacia sí, notando ese abultamiento embravecido que pugnaba por reventar las costuras de mi pantalón. Mi mano, por detrás, buscó el triángulo de la cintura de su braguita, objeto de nuestros furtivos encuentros laborales…
En la habitación, sin mediar palabra, nos desnudamos en sitios distintos; yo en el descansillo para dejar la ropa sobre la mesa y el sillón; Virginia, a los pies de la cama; quedó en bragas y sujetador, blancos como azucenas, y me esperó sentada de costado…, como la sirenita de Copenague.
-«No sé como actuar…- me dijo- porque no estoy acostumbrada a esto «.
-«No te preocupes. Quédate tranquila y déjate llevar por mí, no pienses en nada…»
La tumbé boca abajo y me arodillé con mi pubis sobre su culo, mientras masajeaba sus hombros y espalda. Luego me deslicé más abajo, para apreciar, con más perspectiva, la perfección y armonía de sus caderas… Mordí suavemente su cuello, sus hombros, y lamí su espalda mientras me acercaba al triángulo de su braguita, que casi deglutí. Besé sus nalgas, deslicé mis dedos por el encaje de la braguita que cubría su coño, ya lubricado, y tras ladear la comisura de la braga, sin quitarla, la penetré suave y delicadamente. Al cabo de un rato me pidió estar boca arriba. Entonces fue cuando nos miramos admirados, ella con sus ojos chispeantes y su boca abierta en busca de la mía… Luego se montó encima de mí, colocando mi polla en su vagina, para cabalgar espasmódicamente. Muy decidida, se bajó a mis pies para chuparme la polla, delicadamente, mientras con su mano izquierda me masturbaba en la base… Lo hacía rítmica y pausadamente, sin prisas, lo hacía muy bien… Mi polla estaba poseída por su boca y su mano. Yo no podía verla pues su pelo era como una cortina de oro que ocultaba sus eróticas maniobras… Cuando me percaté de que iba a explotar, le propuse hacerlo de pie, contra la pared. Por detrás la eyaculé corriéndonos al unísono… Yo quedé exhausto, tendido en la cama con los pies en el suelo, agotado y sudoroso. Ella, vino hacia mí, y se echó encima mientras me besaba el cuello y lo abrazaba; olía al perfume italiano de siempre… Mis manos frisaban su espalda, su culo y sus piernas…
Así nos dieron las 7 de la tarde. El silencio reinaba en la callecita del hotel, todo estaba en calma. Las cortinas reflejaban la luz de un vespertino Sol madrileño que ya languidecía.
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