Relato erótico de Pigirl

Get back
Había sido un día agotador y deseaba meterme en la cama. Últimamente había mucha tensión acumulada entre mi chico y yo desde nuestra pequeña discusión. Lo miré por el espejo mientras me lavaba los dientes y pude ver su cara de frustración. No me gustaba verle de esa forma, así que apoyé los codos en el lavabo, dejando mi culito en pompa. Comprobé que ahora sus ojos miraban mis braguitas y moví las caderas en círculos, llamándolo.
Se acercó a mí y levantándome la camiseta, comenzó a besarme la espalda, lentamente, subiendo por mi columna vertebral, erizando toda mi piel. “Te extraño”, me susurró al oído y eso terminó de encender mi sangre. Se perdió en mi nuca mientras sus manos abrazaban mi pelo, lo masajeaban y me estrechaba contra él. Me giré y lo besé con desenfreno, yo también lo extrañaba. Parecía que los minutos no pasaban mientras nos desnudábamos y acariciábamos; éramos un enredo de cuerpos. Abrió el cajón y sacó un bote con pintura comestible, mojó el pincel y dibujó un círculo alrededor de mis pezones. El tacto de la pintura en mi cuerpo era una sensación exquisita; su lengua siguió el mismo camino y todo mi cuerpo se sacudía. El olor de la pintura era embriagador y abría nuestros sentidos a un horizonte de placer. Seguía haciendo dibujos por todo mi cuerpo y después, los lamía con delicadeza, lentamente, consiguiendo que me excitara aún más.
Me tomó en sus brazos y danzaba conmigo encima; su duro miembro se resbalaba por entre mis labios y yo deseaba que continuara hasta más adentro, pero me llevó hasta la ducha y abrió el agua. Estaba caliente, pero casi se evaporaba en mi piel. Por donde antes su boca me besó, ahora sus manos enjabonadas me recorrían. Untaba todo mi cuerpo, como si quisiera limpiar mis heridas. Sus manos rozándome eran un bálsamo para mi alma, pero mi cuerpo cada vez lo deseaba más. Cada poro de piel que sus dedos tocaban era un pequeño fuego que encendía. Lo quería dentro de mí, así que cogí la esponja vibradora y la encendí. Mordí su oreja y oí su ronroneo de placer. Le fui pasando la esponja por el cuello, bajando por su pecho, besé su nuez, sus clavículas, soplé su pecho mojado y él cerró los ojos. Seguí bajando y subí la velocidad de la esponja hasta que llegué a su entrepierna, deslizándola a lo largo de él. Daba vueltas, bajaba y subía, la acercaba a su glande y se estremecía. Apreté la esponja con mi mano y le rodeé, fuerte. Él suspiraba y me pedía que no parara entre jadeos entrecortados. Cuando estaba a punto de sucumbir, paré mi mano y lo saqué de la ducha. Se quedó mirándome, casi implorándome para que siguiera, pero no le hice caso y extendí una toalla en el suelo. Me senté, y le dejé ver lo preparada que estaba para él. Se acercó gruñendo y me mordió los labios, volvió a sonreírme y me penetró.
La tensión había desaparecido y de nuevo éramos sólo uno. Me empujó y yo le atraje. Le arañé los hombros y me embistió más fuerte. Sus pequeños rizos se empapaban de mí y su ombligo rozaba el mío. Éramos un conjunto de fieros susurros y gemidos roncos. Le pedía más y más me daba. Lo único que se podía oír era el ruido de nuestros cuerpos juntándose. Le rodeé las piernas con la cintura y lo empujé más adentro, más profundo, y cuando ya no podía más, lo apreté, lo apreté y lo apreté, llevándonos al límite y dejándonos caer.
Me besó con la piel sudorosa y nos quedamos tumbados, sumidos en una creciente relajación. Habíamos vuelto.

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