Un mes de espera
Llevábamos un mes sin vernos y la tensión sexual era insostenible. El día anterior la escribí: “Nuestro primer polvo después de tanto tiempo tiene que ser muy lento. Quiero que nos besemos como adolescentes, como si fuera la primera vez; quiero que tardemos horas en desnudarnos, aprendernos nuestros cuerpos a través de la ropa, meternos mano como si no supiéramos lo que hay debajo, como si nos diera miedo hacerlo; quiero saborear cada centímetro de tu piel, quiero que estés tan húmeda por mi culpa que empapes tu ropa, tus piernas, mis dedos, mi boca.
Quiero beberte. Quiero oírte gemir y gritar como nunca lo has hecho. Quiero estar tan excitado que me duela, tan duro que cuando me agarres no me quieras soltar. Quiero jugar hasta no aguantar más, y seguir un poco más. Quiero llevarte al límite y parar, y volver hacerlo mil veces, hasta que me supliques que te folle, que te llene de mí, que escapemos a un mundo donde sólo existamos tú, yo y nuestro deseo. Todo eso lo quiero mañana.”
Quiero beberte. Quiero oírte gemir y gritar como nunca lo has hecho. Quiero estar tan excitado que me duela, tan duro que cuando me agarres no me quieras soltar. Quiero jugar hasta no aguantar más, y seguir un poco más. Quiero llevarte al límite y parar, y volver hacerlo mil veces, hasta que me supliques que te folle, que te llene de mí, que escapemos a un mundo donde sólo existamos tú, yo y nuestro deseo. Todo eso lo quiero mañana.”
Al llegar a casa nos fundimos en un abrazo y nos besamos durante una eternidad. Nuestros labios y lenguas se confundían, y nuestras manos luchaban por deshacerse de la ropa y sentir el tacto de nuestra carne. Mis dedos se deslizaron bajo su vestido, siguiendo el recorrido de las medias, hasta toparse con el borde de sus bragas, y continuaron bajo ellas, despacio, disfrutando del descubrimiento del territorio prohibido. Ella tomó mi gesto como una invitación, me desabrochó los vaqueros y metió una de sus manos en mi bragueta. Después de masajearme a través de los calzoncillos, excitándome aún más al hacerlo, me agarró la polla con fuerza. Arrastrado por su gesto mis dedos llegaron a sus labios, húmedos y calientes. Tocarla tan íntimamente hizo que el movimiento de su mano se acelerase, al igual que su respiración. Estábamos cada vez más excitados y necesitaba quitarle el vestido. A los pocos segundos pude deleitarme con su precioso conjunto de ropa interior y sus medias hasta el muslo, y enseguida yo también me había desecho de todo salvo mis boxers. La tumbé sobre la cama, le quité las botas, y me eché encima.
Quería terminar de desnudarla, pero me contuve. Volví a besarla con ansia, llevábamos una hora haciéndolo pero sus besos no me saciaban, al contrario. De su boca bajé por su cuello, hombros, pechos, vientre, caderas, muslos… Ya no bajé más, tenía su entrepierna frente a mi boca y no podía ignorarla. Sin quitarle las bragas, pasé mi lengua a ambos lados de sus labios y después sobre la tela. Levanté ésta y chupé sus labios empapados, saboreándola. Y la oí gemir. Seguí disfrutando de su elixir, embriagado por sus gemidos, y hubiera continuado hasta hacerla correrse, pero ella me hizo detenerme.
Entonces invertimos los papeles. Me tumbó boca arriba, y arrodillada sobre la cama fue besándome todo el cuerpo. Al quitarme los boxers centró en mi polla toda su atención, primero con las manos y luego con la boca. Tenía ante mí todo el esplendor de su cuerpo voluptuoso, aún en ropa interior, su culo respingón, su boca entregada a satisfacerme, su pelo alborotado, sus ocasionales miradas lascivas. También yo la hice parar antes de que fuese demasiado tarde, y la hice tumbarse sobre mí para seguir besándola mientras le quitaba la poca ropa que aún llevaba puesta.
Tenía su sexo sobre mi erección y movía sus caderas masturbándome deliciosamente. Estaba tan húmeda que parecía derretirse sobre mí. Ahora gemíamos los dos. Mis manos estaban en sus tetas, masajeando, apretando, pellizcando, y sus manos se apoyaban en mi cuerpo para seguir moviéndose sobre mí, haciéndome deslizar dentro de ella. La sensación de calor al penetrarla fue sobrecogedora. Ella gritó al sentirse llena, y sin intención de parar hasta llegar al final fuimos aumentando nuestro ritmo, liberándonos por fin de toda contención y dejándonos arrastrar por el deseo. Estábamos tan excitados que enseguida llegamos a lo más alto, estallando en un orgasmo casi simultáneo, tras el cual dejamos poco a poco de movernos y nos quedamos tumbados, abrazados, recuperando el ritmo normal de respiración y volviendo a regañadientes al mundo real.
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