Relato erótico de Antonio

Alfalfa Una calurosa mañana de verano, me dirigía andando a comer a casa del conde con mi impoluto vestido blanco, cuando me encontré a un segador cortando alfalfa a la orilla del camino. Me quedé mirándolo, hipnotizada por sus rítmicos movimientos con la guadaña. – Inténtelo usted – me invitó educadamente. Me cogió de la mano, y con delicadeza, me llevó al bancal. Colocándose a mis espaldas me dio la guadaña. – Cójala con esta mano. Con la otra sujete fuerte aquí. Sentí sus fuertes manos sucias sobre las mías. Notaba su cuerpo sudado pegado al mío; percibía su boca pegada a mi oído, rozándome el cuello con su cara surcada de gotas de sudor y polvo. Mis piernas temblaban al asir la larga y afilada guadaña. Sintiendo su cuerpo sobre el mío, abrazándolo sin abrazarme. Sus brazos rozando mis senos. Sus piernas dirigiendo mis muslos. – Abra las piernas. Más. Así. Levante la guadaña. Con fuerza. Me estaba gustando. Me estaba excitando el estar siendo poseída por el cuerpo y los brazos sucios y sudorosos de un desconocido, y por estar manejando esa peligrosa herramienta. La hoja pasó justo a ras del tallo de la alfalfa. Y me emocioné. Un pequeño movimiento involuntario me hizo adelantar un pie. Y en el arco descendente, la esquina de la imponente hoja me rozó el pie, que empezó a sangrar enseguida. – No la debería haber invitado. Era demasiado peligroso. Me sentó sobre la alfombra de alfalfa todavía no cortada. – Debo ver bien la herida. Voy a quitarle la media. Sin darme tiempo a reaccionar, metió sus sucias manos por...

Relato erótico de Anaidam

Calentón… de cabeza Tengo la cabeza tan saturada de fiestas navideñas que sería capaz de agarrar el avión y largarme con mi hija y mi marido a mi casa, sin tomar las uvas. Ahora mismo me encuentro en la terraza exterior de la casa de mis suegros, agradeciendo el clima de estas islas. Bebo de mi copa de vino y me doy cuenta de que se ha terminado. No voy a entrar a servirme, no quiero saber nada de los rollos de estudios de mis sobrinas, si es que mi cuñada me pilla por banda, o del nuevo coche de mi cuñado. Escucho la puerta de la terraza y me escondo detrás del toldo. —¿Elena? —es la voz de mi marido. —Aquí —digo y ahueco la pesada cortina. Me sonríe y yo se la devuelvo, le adoro. —Mi hermano ha dicho que te has salido por el calentón que te ha dado al ver el anuncio de la colonia y ese actor. —Según habla se coloca detrás de mí y me abraza, haciendo que yo me recueste en su pecho mientras me río por el comentario de mi cuñado, porque no va desencaminado, aunque en este momento no sea el caso. —Podría ser —murmuro melosa sin poder ocultar la sonrisa. —Así que, ¿te ha calentado? —su voz se vuelve ronca, deja un beso húmedo en mi hombro y siento que me derrito. Hace una semana que no tenemos sexo y él con esa actitud me pone al límite. —¿Y si te dijera que sí? Escucho un sonido ronco que sale de su pecho, me hace mucha gracia su posesividad...

Relato erótico de Ámbar

Paraíso Bereber No puedo dejar de pensar en él…se, que por su cultura bereber, sigue el curso del desierto, del viento, sin tiempo, no pertenece a nada, ni a nadie pero, no puedo dejar de fantasear en su cuerpo, en su piel, en su olor…su mirada intensa, misteriosa y terrenal, a la vez que me inquieta, me excita, a la vez que me perturba, me atrapa y embriaga. Su piel…como puedo dejar de pensar en ella, morena con retazos de azul índigo, que le deja delicadamente la propia tela de su turbante. Para su cultura, es el color del mundo. Hombres del desierto, libres, salvajes y amantes incansables que con solo rozar tu piel consiguen despertar los mas íntimos deseos sexuales y sin quererlo, te hipnotizan con su magia eternamente…desprenden el olor de la naturaleza que te enloquece. Aquella tarde, mientras el sol se escondía entre las dunas, me dejé atrapar por sus brazos, sin vacilar, como amante que atrae lo atemporal de la vida, dibujó en mi piel, las mas oscuras fantasías que sin saberlo, estaban esperando, a salir, para vivir sin razón y sin sentido aquel momento. Después de vivir aquello, siento que nada, ni nadie puede alimentar esa sed que surge de mi interior cuando pienso en su cuerpo. Lo intento a solas en mi cama, acompañada por otras mujeres, hombres, a veces con varios a la vez pero, no puedo…algo de mi se quedó en aquel atardecer que poco a poco fue desapareciendo entre las...

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