Tocas un cactus. ¡Ay! Te pinchas. Duele. Y la próxima vez que vayas a tocar un cactus decidirás que es mejor no hacerlo.
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Los cactus no son malos. Los cactus tienen espinas para protegerse. Los cactus prefieren herirte, si te acercas demasiado, antes de que les hieras tú a ellos.
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Y existen las personas cactus.
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Aquellas que se sienten tan pequeñitas, tan vulnerables, que han desarrollado una estrategia de violencia pasiva -y a veces activa- para ahuyentar a quien se acerque demasiado.
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Piensan que así se protegen, que así evitan el dolor.
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Pero las distancias a veces engañan y las personas que nos tocan realmente, las que lo hacen por dentro, no necesitan acercarse tanto.
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Y por muchas espinas, mucha tierra, mucho tiesto y poca agua… el día que menos lo esperas te has abierto de nuevo sin darte cuenta. Se ha abierto la flor.
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Pero no dejes que esa flor te haga olvidar las espinas que creaste a tu alrededor, esa burbuja convertida en jaula que aún sigue ahí.
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Aprovecha tu propio descuido, aprovecha que miras para otro lado, aprovecha lo que estás sintiendo y hazte fuerte. Pero de verdad. Di adiós a las espinas, piérdelas una por una y prepárate a sentir.
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Sin barreras, sin artificios, sin escudo.
Siente felicidad, siente dolor.
Pero SIENTE.
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