Todas lo hemos hecho.
Tenías la menstruación en el colegio y entrabas en modo ninja.
Aprovechabas las sombras para recorrer el pasillo lo más rápido posible, entrabas en clase tras comprobar que tus compis seguían en el recreo y ahí no había nadie.
Te acercabas a tu mochila y buscabas un tampón que ponerte mientras mantenías alerta tu ‘sentido arácnido’ por si a alguien se le ocurría entrar y te preguntaba eso tan cruel y temido… ‘¿qué haces?‘.
Hay personas sin compasión.
Rebuscabas: 2 bolis -uno sin tapa y otro con ella pero bien mordida-, un folio arrugado, la notita que te pasó no sé quién, el envoltorio de un chicle, gomas de pelo que probablemente no eran tuyas -las tuyas estarían en otras mochilas y lo sabes-, un clip, la goma de borrar, un sacapuntas roto y… ¿qué es lo que hay más al fondo? ¡ah! ¡si! el PÁNICO.
Pánico al ver que no has traído ni tampón, ni compresa ni apaño en su ausencia –todas hemos ido por la vida en un momento dado con un pañuelo desechable, papel higiénico o una servilleta aunque no solamos hablar de ello. #truestory
Inmediatamente huyes de ahí como si no hubiera un mañana buscando a tus amigas mientras te imaginas como Carrie en su fiesta de fin de curso.
Haces contacto visual. Se alarman. Te acercas al oído de la que tienes más cerca y casi sin movimiento, cual ventrílocua, le preguntas si tiene un tampón o compresa.
La respuesta es no.
Pasas a la siguiente y empiezas de nuevo la misma operación.
Mientras, alguna persona te ha preguntado algo y tú has dicho que sí sin saber a qué. Quien sabe, igual has donado un riñón y tú tan pancha porque lo urgente es esto: ¡que se pueden enterar de que estoy menstruando! ¡Alerta!
¡Estamos en DEFCON 1 y vosotrxs tan tranquilxs! -gritas en tu cabeza.
Esta amiga si tiene ‘algo’ y sientes como cae confeti del cielo.
Volvéis a clase, esta vez las dos en modo «disimula y que no se note a qué venimos».
Su mochila.
Mismo procedimiento.
La gota de sudor que cae por tu frente.
Ahí está. Un tampón.
¿Son flautas eso que oyes?
Tu amiga lo coge y te lo pasa sin dejar de mirar de un lado a otro.
Se oyen los latidos del corazón.
Lo agarras fuerte.
Estiras el jersey para tapar la mano y que no se vea nada.
Mirada cómplice: traspaso conseguido.
Vas al baño y voilà! problema solucionado. Ni los de «Narcos» o «Fariña» oye. Que gusto.
Seguro que más de una os identificáis, ¿verdad?. Y es que la cosa no acaba ahí, te sigue a la universidad en la que continúa el contrabando, en el trabajo, en tu vida…
Y es que tenemos la regla.
Surpriiiiiiiise!
Desde los 10-12 años con la menarquía -no cambiar la «e» por «o»- hasta los 48-54 años aproximadamente. Es decir, vamos a estar menstruando 4 décadas -CUA TRO DÉ CA DAS- y aún así eso hay que obviarlo.
¿Por qué?
Por un lado porque se ha asociado la menstruación a la sexualidad y como el sexo es tabú, por ende la menstruación lo es.
Porque hay millones de mitos alrededor de la misma que la han estigmatizado: que si no puedes cocinar –suelta esa mayonesa despacio y pon las manos en alto-, ni bañarte en la playa o piscina, ni hacer deporte, ni…* ¡Y no te pongas histérica que nos conocemos!
Por otro lado porque es algo que incomoda. Algo de lo que no se habla y que se enseña que lxs demás ‘no tienen que enterarse’. Y menos los hombres. No vaya a ser.
Lo malo de eso es que si silenciamos los ciclos menstruales… estamos silenciando a las mujeres que los tienen. ¡Ups!
Eso nos lleva a darnos cuenta de que también es un problema de machismo y del querido patriarcado en el que habitamos. Como no es algo que afecte a los hombres, no se habla. Sencillo, injusto, indignante y triste a partes iguales.
¿Y qué podemos que hacer?
No ocultarla. Desactivar el modo ninja. Empoderarnos a través de ella.
Antes, cuando no me apetecía salir porque no me encontraba bien por la menstruación, acudía al clásico y manido ‘no voy porque estoy mala‘. Como si tuviese una enfermedad y con un término tan amplío que podía abarcar de todo, desde un constipado hasta la malaria.
Con el tiempo empecé a decir la verdad: ‘no voy que tengo los ovarios haciéndome el harakiri‘ -es como lo siento, no me juzgues- y la reacción de las mujeres de mi entorno era de apoyo y sororidad y la cara de -algunos- hombres era de ‘uhg! demasiada información’. Ahí, con esos, era con quien iba tumbando tabúes, saltando piedras y haciendo que ellos normalizasen algo -que de natural que es debería serlo- mientras yo no tenía que mentir por ello. Una gozada. Que las mentiras en mí no viven bien. Se me atragantan.
Siempre recuerdo a una amiga (¡mi Dulci!) que en la carrera anunciaba cuando iba al baño a cambiarse el tampón con un divertido ‘voy a cambiarme la oveja‘. Ella lo hacía porque es así de genial en su esencia, sin una reivindicación manifiesta detrás de ello, pero la realidad es que con humor rompía barreras.
Ahora que tenemos la copa menstrual al alcance de nuestras manos -best invento ever- es más fácil que no necesitemos pedir auxilio a nuestro entorno… y, al mismo tiempo, ahora que hay más información, más personas comprometidas y -espero- más tolerancia y aceptación, tampoco será tan difícil hacerlo si lo necesitamos.
O eso tenemos que conseguir.
Acabemos con ese aparente contrabando.
Con la sensación de culpa o vergüenza.
Menstruamos y molamos.
Y punto.
*Aprovecho y os recomiendo el artículo ‘Eso no se dice. Eso no se toca.‘ que escribí en Proyecto Kahlo sobre tabúes ?
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