Relato erótico de William de Worde

UN FINAL Y UN RENACER

 

Como una adolescente tiró de su brazo a través del abarrotado salón principal del hotel hasta sacarlo a la terraza. Su objetivo no era ese pero no se resistió a girarse y hundir su lengua en la boca de su acompañante no bien se vieron libres de miradas ajenas.
Él la correspondió posando sus manos en sus caderas y atrayéndola hacia si, echando más leña al fuego que consumía sus entrañas desde el primer momento en que le vio en aquella fiesta apenas una hora antes y que no la había abandonado desde entonces. Con su lengua aún delineando sus labios continuó la marcha hacia el lugar que la atraía como el canto de una sirena, agarrándolo bien de la mano como si temiera que al soltarlo escapara de ella al amparo de la noche.
Ya en la playa con la que había fantaseado tantas veces, con el agua lamiéndole los tobillos comenzó a desvestirle con urgencia, angustiada por el deseo de abarcar sus músculos, de sentir su piel contra la suya, de verse entre sus brazos con las palmeras y las estrellas como cómplices testigos. Con el cincelado torso al descubierto le comió a besos mientras él le remangaba la falda en su cintura para dejar vía libre a sus firmes manos, que no dudaron en agarrar sus nalgas hasta hundir sus dedos en ellas y empujar su pelvis contra el bulto duro que se marcaba en sus pantalones y que le arrancó un profundo gemido.
Se agachó ante él y libero su miembro de la prisión de tela que lo contenía. Lo engulló de una tacada, saboreándolo como si de un preciado manjar se tratara, deleitándose con las palpitaciones con las que respondía a sus lenguetazos. Él la acaricio con ternura y con su cautivador acento caribeño le prometió ver unas estrellas más brillantes que las del firmamento.
Hizo que se tumbara sobre su camisa y le abrió las piernas con suavidad, sin prisas mientras su bajo vientre se adelantaba a los acontecimientos haciéndola arquear la espalda. La lengua de su amante exploró sus trémulos muslos camino de su acalorada vagina que ante la presencia del acosador miembro se derretía sin remedio, hasta que la lengua seguida de los labios se posaron en su clítoris y lo agasajaron con besos, lametones y pellizcos amorosos que la elevaron del lecho arenoso hacia el cielo.
– Charles – gritó en medio del éxtasis, aunque quien devoraba su coño respondía a otro nombre. Este, o bien no la escuchó, o bien pareció no importarle pues continuó con su metódico festín de flujos y carne vibrante que estremecía todo su cuerpo y la hacía perder el control.
– Se lo que te dije pero méteme un dedo – resopló ella. Solicito, pronto su anular se hundió en su coño empapado, penetrándola hasta las entrañas, explorando sus jugosas paredes mientras ella llegaba al orgasmo con un profundo jadeo que se perdió entre los innumerables sonidos provenientes de un bosque en la distancia.
Y allí, tumbada en la arena resacosa de placer, con un manto de arena ceñido a su cintura por el brazo de su amante, echó un último vistazo al cielo estrellado y el recuerdo por la vuelta al día siguiente a una casa vacía, en una ciudad fría y rutinaria plagada de recuerdos imposibles de borrar le pareció menos doloroso. Él, mientras tanto, sonreía en su sueño profundo pues con ese último servicio, comenzaban sus vacaciones.

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