DE LA CAMA AL INFIERNO

Como si lo hubieran hechizado, Carlos saltó sobre ella arrancándole la ropa y comiéndole sus labios. Rodaron por la cama y comenzaron a sudar. Hacía mucho calor en esa habitación, y la temperatura iba subiendo por momentos. Sentada a horcajadas sobre él, se movía arriba y abajo con ritmo frenético y pasional. Sus pechos, cuando no estaban en sus manos o en su boca, se balanceaban libremente al son de sus gemidos.

Su bonito cuerpo bailaba con su miembro, entrando y saliendo rápidamente y provocándole placenteros espasmos. Aun no entendía cómo había acabado así, hacia tiempo que no tenía ningún encuentro con el sexo opuesto y esa tarde, sin buscarlo, se encontraba con esa preciosa loba que ahora lo devoraba. No se lo creía, nunca se lo habían puesto tan fácil.

Su vagina ardiente y mojada no paraba de moverse, abriéndose y cerrándose, apretándose y balanceándose, frotándose con fulgor en todas las direcciones y su lengua recorría sin ningún tipo de pudor todo su cuerpo. Carlos alucinaba. De pronto, su vista se clavó en un pequeño tatuaje en el cuello de la chica del que no se había percatado. Era el extraño símbolo de una peligrosa secta de mujeres que adoraba al diablo, y de la que había oído hablar mucho, y nada bueno. Bajó un poco el ritmo, casi deteniéndose, pero la hermosa chica le obligó a continuar. Se dio cuenta que podía haber acabado en las garras de una fanática, o algo peor, de un súcubo, demonio en forma de mujer y decían, líder de esta secta. Se sentía engañado y atrapado. Temeroso.

Intentó zafarse de la chica, pero su cuerpo no respondía. El placer que lo alimentaba era más fuerte y ella no ayudaba, sus gemidos provocaban cierta hipnosis sobre él que anulaban su voluntad y aumentaban su deseo. Ahora lo tenía claro, su muerte estaba cerca, lo sabía, pero no podía hacer nada, sentir esa vagina tan prieta sobre su pene le debilitaba la mente y solo tenia fuerzas para mover el cuerpo siguiendo el ritmo que le marcaba el hermoso ser con forma de insaciable mujer que tenía encima. Y lo peor, cada vez estaba más excitada. Sabía, que si era un súcubo como se temía, con el orgasmo acabaría todo, hace años que estudió el mito, y si era cierto todo lo que cuentan, su alma ya estaba condenada. El conflicto entre la mente que le obligaba a huir y su cuerpo lo tenia perdido. El sabor de esa chica en su boca le podía y cada embestida era más fuerte y más placentera. Sin ya control, Carlos le agarró el culo apretándolo con fuerza contra él y empezaron a gemir como animales. Se acercaba el final y su cuerpo, sudado y tembloroso, empezó a irradiar una extraña luz celeste. El clímax alcanzaba su cénit y la luz emanada cada vez era más fuerte. La velocidad y la intensidad de los movimientos aumentaba por momentos y los jadeos y los gritos también. Llegó. El final de aquel placentero encuentro no era del todo el esperado. En el rostro de Carlos, casi de luz, se difuminaba una sonrisa de satisfacción y una mirada aterradora. La chica, con la espalda arqueada para atrás, los brazos en alto y con una expresión de extremo gozo en su cara, gritó por última vez de placer mientras la intensa luz que había entre sus piernas era absorbida con rapidez por su órgano sexual, dejando solo unos pocos polvos entre las sábanas.