EL INTERNADO
Carmen ha dicho que se masturba junto a las otras chicas después de la clase de gimnasia – en las duchas- concreta, -porque es más excitante-. Porque todas están hartas de darle vueltas al patio del colegio y de sudar como animales. -Estamos empapadas- susurra a las demás, haciendo guiños.
El sudor les resbala piel abajo como las gotas de rocío sobre un pétalo de flor, y se cobija en los recovecos del gusto, -ya sabes, el gusto está escondido aquí-, y se señala el sexo sin ningún pudor, remangándose su falda a cuadros y esbozando una sonrisa apetitosa. Su mandíbula está ligeramente curvada hacia la izquierda y una cicatriz cruza su labio inferior, en memoria de la palmatoria que la hermana Asunción le estampó en la boca, durante el cuarto curso, cuando Carmen le replicó que a ella le gustaba acariciarse las nalgas durante la vigilia del sueño.
Carmen comparte habitación con Ana y Clara. Son tres amigas bien avenidas en ciertos temas.
Las chicas del colegio se masturban en las duchas, todas juntas, en regimiento, por clase, por cursos, qué más da; porque la cuestión es frotarse el sexo. Descubrir la suavidad de sus pieles adolescentes, la blandura de sus hímenes en rebelión. -¿Alguien se ha fijado en que los pezones son ojos?-, exclama Carmen cuando se prepara para dormir. Y se levanta el camisón que le regalaron por Navidad sus padres, y desliza su sujetador hasta la cintura y se presiona sus senos. -Ojitos, son ojitos que miran sin ser vistos-, tararea animosa mientras pregunta a las otras dos que si los quieren tocar.
Este es el último curso que van a estar en el internado entre esas religiosas que rezan sibilantes mientras rozan las cuentas del rosario con las yemas de sus dedos, pensando quién sabe en qué parte de la anatomía humana.
Carmen y Clara tienen ya los dieciocho, Ana está a punto de cumplirlos.
A las chicas del internado les gusta masturbarse en las duchas mientras se restriegan unas a otras gimiendo delicadamente. A veces, algún gemido delicioso ha traspasado las paredes hasta penetrar en el pabellón auditivo de la Preceptora. Entonces se han escuchado voces y pasos rápidos hacia los vestuarios. Pero nunca ha llegado a entrar nadie mientras las tres amigas amansaban, con falso rubor, el hambre voraz de sus genitales.
A Clara le gusta contar que la Preceptora espía a las chicas por la rejilla que separa los baños de los vestuarios. Clara frunce el ceño, se pone seria y jura que ella lo ha visto. Que no la miren así, con esa cara de sorpresa, que es cierto, -que yo no miento-, asegura. E imita a la Preceptora para que las otras se convenzan de que lo que cuenta es verdad. –Veis-, detalla, – se metía las manos debajo del hábito. Y encaramaba sus dedos hacia sus pechos y se los apretaba, así-. Y Carmen, que sí, que lo ha visto también una vez. -¿Os acordáis de aquel día en que vosotras os duchabais con las de segundo? Yo estaba en los vestuarios, desnuda, cuando la Preceptora entró y se quedó mirándome con una cara muy rara. Me dijo que me apresurara. Entré en la ducha y la espié. Se estaba tocando las tetas delante del espejo, os lo juro.-
Las clases en el internado son lentas y aburridas. La chispa está en los momentos que viven las tres amigas extramuros. Un domingo de cada mes las hermanas abren las puertas del colegio y las alumnas salen en estampida. Entonces es cuando las tres aprovechan para conocer a algún muchacho. Pero con ellos no se atreven a casi nada porque las hermanas les han dicho que un solo beso de chico las puede embarazar.
Las tres amigas desearían vivir juntas el día de mañana porque les gusta compartirlo todo. Pero lo mejor está en la oscuridad. Cuando en la noche se apagan las luces del colegio y por los pasillos se cuela alguna letanía penitente de las hermanas, las tres beben del jugo de sus vaginas y se chupan los pechos. El cilicio vibra en la pierna. Por fin les llega el orgasmo.
Etiquetas: concurso, encuesta, relatos eróticos
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Me ha gustado mucho tu relato. Me parece muy sutil y bien narrado. Yo normalmente leo relatos eróticos en esta página, te la dejo por si le quieres echar un ojo.
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