Relato erótico de Anjana

UNAS BOTAS ROJAS. 
Nada queda dentro de su memoria, únicamente el vívido color de unas botas. Un tono rojo, como la sangre que acaba de ver brotar de uno de sus dedos. Instintivamente intenta llevárselo a la boca para aplacar el dolor que el pinchazo le ha provocado.
Lentamente va recordando, aunque aún no comprende en qué lugar se encuentra. Ha despertado aturdido.
No está solo, una mujer morena de rostro agradable le retiene la mano después de haber puesto una gota de su sangre sobre un cristal portaobjetos para pasarla por el microscopio.
Está en la habitación de un hospital, al menos eso le parece, tendido en una cama, dolorido y magullado. Un cúmulo de sensaciones viene a su mente al tiempo que poco a poco va ordenando sus ideas.
¡Aquella mujer!… ¿Dónde estará ahora?… Su imagen aparece en su memoria como si se encontrara presente, delante de él, llamándole y atrayéndole hacia ella. Su rostro es difuso, cambiante, lo mismo que su ropa, únicamente sus botas rojas destacan perfectamente delineadas sobre un fondo neblinoso.
¿Cuánto lleva allí? Tiene la sensación de que ha pasado mucho tiempo y a la vez que hace un instante de su encuentro.
Nunca antes se había sentido tan atraído sensualmente por alguien. ¿Sensualmente? ¡Aquellas botas!… Eso era poco, la atracción había sido mucho más fuerte. Fue cruzarse las miradas y sentir como si algo tirara de él y le forzara a unirse por completo a la mujer.
El camino que habían seguido hasta una habitación de hotel quedaba fuera de su percepción, tampoco era consciente del tiempo transcurrido entre el primer beso y lo sucedido después. Pero recordaba…
Su cuerpo joven, aniñado casi, desnudo, destacaba blanco y luminoso por el contraste con las botas rojas que no se había quitado en ningún momento. Una irresistible fuerza le llevó a acariciarle suavemente, con ternura, sus senos pequeños a la vez que mantenía un beso prolongado saboreando su boca. Encontró una respuesta vehemente, apasionada.
Sintió que su corazón se aceleraba al notar la lengua de ella recorriendo sus labios. Sabía que no era algo hecho al azar. Deliberadamente con lentitud, luego variando el ritmo hasta que había logrado su propósito… animarle a que siguiera besando todo su cuerpo.
Delicadamente fue bajando su boca por la barbilla, el cuello, su torso. El sabor de su piel le estaba volviendo loco. Ella se dejaba hacer, respondía con una respiración profunda y relajada que se volvió más rápida al llegar a uno de sus pechos. Su mano lo abarcaba en su totalidad sin detenerse en sus caricias.
Notaba como bajo sus dedos el cuerpo de ella vibraba. Y ello le hacía sentirse más entregado, buscando como encontrar el registro adecuado para hacerle llegar al éxtasis total.
Mientras, ella había puesto los brazos alrededor de su cuello como para mantenerle más cerca y no dejarle ir. Sus manos le recorrían la espalda a lo largo de toda su espina dorsal, produciéndole escalofríos de placer. Con suavidad él le acariciaba su rodilla y lentamente subía su mano por el interior del muslo.
Después todo fue “in crescendo”, entrelazaron sus piernas y sus manos, y manteniendo sus bocas abiertas cada uno respiró el aliento del otro.
Dulce y excitante batalla la librada entre los dos. Ambos se sintieron ganadores y aprovechando el momento en que él estaba relajado y medio dormido, ella fue hacia la butaca donde había dejado su ropa.
La última imagen que quedó en su retina fue como se alejaba la silueta de un cuerpo perfecto, desnudo, y que calzaba unas perturbadoras botas rojas.
Durante todo el tiempo que permanecieron juntos no habían intercambiado ni una sola palabra. No sabía nada de ella salvo lo que sus ojos podían ver y adivinar.
No fue hasta que oyó el ruido de la puerta al cerrarse cuando comprendió que no podía dejar que se marchara. Salió corriendo detrás de ella a medio vestir. La vio al otro lado de la calle, cruzó la calzada atolondradamente…
-Acaba de despertar –escucha a la enfermera.
Percibe el ruido de unos pasos, hace un esfuerzo y se incorpora levemente. Ante sus ojos aparecen unas botas rojas.
Su dueña le sonríe.

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