ESCAYOLA
– Me da mucho corte, de veras.
– ¿Qué te pasa?
– Tengo unas ganas terribles de ir al baño, y me temo que Joaquín tardará al menos todavía media hora
– Si quieres, yo te puedo acompañar- le dijo Carlos lo más serio que pudo- Seguro que puedo contigo.
María y Carlos habían quedado a cenar esa noche en casa de Mercedes y Joaquín. Carlos se había adelantado, pues tenía que comprar una tarta, y había calculado mal: el tráfico fue inexistente. Mercedes llevaba una pierna escayolada, fruto de una caída esquiando, y precisaba de ayuda para moverse. No era ni quejica ni mentirosa, y si decía que precisaba ir al baño, era cierto.
– ¿Seguro que puedes?
Esta pregunta no se refería tanto a que si era capaz físicamente de hacerlo, como si era tan valiente de superar sicológicamente la situación.
– Vamos allá -dijo sin mucho convicción Carlos.
Intentó no pensar. Había que hacerlo, y punto. Al fin y al cabo, Mercedes era la mujer de su mejor amigo, y se conocían desde hacía mucho tiempo.
– Tú me dirás.
– Tan sólo abrázame y cógeme por la espalda. Yo me agarro de tu cuello.
Carlos procedió. Aún antes de ir hacia ella, ya se habían coloreados sus mejillas. Esperaba que Mercedes no se percatara.
El roce de su pecho con los senos de Mercedes era inevitable, así como el contacto de su rostro con el cuello y cabellos largos y enroscados de ella. La subida de líbido fue instantánea. Pero procedió con toda la naturalidad que pudo.
La llevó al aseo, la sentó en la taza del váter y se retiró un poco, observándola.
– Lo siento de veras, pero me tienes que sujetar mientras me levanto la falda, y me bajo …. ya sabes.
– Por supuesto.
La puso de nuevo en pie, y mientras ella se subía la falda y se bajaba las bragas, Carlos miraba al infinito.
– Ya me puedes bajar.
Sin mirarla directamente, la dejó caer con suavidad. Luego cerró la puerta.
– Cuando acabes, llámame.
– Gracias – se oyó decir tras la puerta.
Carlos se retiró al salón. Su corazón latía velozmente. Tenía que controlarse, pues su deseo hacia Mercedes era brutal. Peligro.
Oyó un chorrito, más bien largo, prueba de la veracidad de la urgencia de Mercedes. Y también oyó lo que más temía:
– Ya he terminado. ¿Me puedes ayudar?
– Claro – se limitó a decir Carlos.
El choque de miradas con se encontró al abrir la puerta del baño fue de una intensidad máxima. Se miraron directamente a los ojos. Ninguno necesitó decir absolutamente nada para adivinar lo que el otro estaba pensando. La tensión era insoportable. Carlos no podía resistir más esa sensación de ahogo. Pero no podía huir. Mercedes rompió el impás.
– ¿Me ayudas a lavarme en el bidé? Así estaré más cómoda y relajada durante la cena.
Él nunca se hubiese atrevido a dar ningún paso en dirección semejante. Pero la indicación estaba dada. Deseaba ardientemente manosear el coño de Mercedes. Lo había deseado desde hacía mucho.
Sin decir nada, la sentó en el bidé con las piernas bien abiertas hacia él. Carlos reguló la temperatura del agua, y la hizo incidir sobre el culo de Mercedes. Luego se mojó la mano y se puso gel. Empezó por restregar su ansiosa mano por el trasero de Mercedes, yendo de atrás hacia delante, recorriendo con deleite todo el sexo de Mercedes.
Ella sintió un placer intenso, fruto de la excitante situación extrema que estaba teniendo lugar allí. En su casa. En su baño. Que la mano que la restregaba con ardor fuese la del mejor amigo de su marido. Que de un momento a otro se abriera la puerta y llegara.
Y entonces hizo lo más sensato en esos momentos: desabrochando los pantalones de Carlos, los bajó hasta el suelo, y cogiendo la polla firme y dura que encontró, comenzó a chuparla con ansiedad desmedida.
Ya durante la cena, Carlos no podía resistir la mirada directa de Mercedes, temiendo delatarse. Ésta, por su parte, se divertía dirigiéndole miradas a la vez provocadoras y evocadoras de momentos intensos e inolvidables.
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