Relato erótico de Juan Salvador

GAVIOTA

 

Mírala, ahí aparece como lo lleva haciendo todo el verano, puntual como el sol por la mañana, calentando mi corazón y alguna otra cosa. Siempre la misma mecánica, deja su bolsa, saca la toalla y la estira en la arena, y ya sobre ella, se levanta la camisola sin ningún tipo de pudor, ¡qué más da!, mostrando unos firmes y turgentes pechos. Sabe de su poder y lo utiliza.
Yo, deseoso y hambriento, comienzo a acercarme disimuladamente, deambulando de un lado para otro, pero cada vez más cerca, como quien no quiere la cosa. Ella presiente mis movimientos, me mira y sonríe, ¡qué boca!, mientras reduce su hermosa y larga cabellera en un elegante recogido. Cuidadosamente se desprende de los short y enseña al mundo (y a mí) su micro bikini, por ponerle algún nombre, que deja muy poco espacio para la imaginación.
La temperatura va en aumento, saca su aceite bronceador y comienza a repartirlo por todo su cuerpo, masajeando lenta y suavemente a lo largo de sus torneados muslos y brazos, mediante giros por sus hermosos pechos, que ahora apuntan duros hacia el mar, por su vientre trabajado, su fino y sugerente cuello… no deja ninguna de sus perfectas curvas por ungir, ¡quién fuera aceite para resbalar por su piel! Ya estoy cerca y puedo oler la exuberante sensualidad que emana su cuerpo caliente por el sol y que ahora brilla como si de una diosa se tratara.
Hoy se recrea y se entretiene más de lo normal con su masaje, arriba, abajo, en círculos, demasiado tiempo deslizándose por su hermosa piel morena, y el ansia me puede y me aproximo más de lo normal, pero sin llegar a tocarla, observando atentamente todos sus movimientos, sus caricias, su deleite… y en mi estomago empieza a formarse un nudo que aprieta y me desespera.
Después de conectarse a su móvil para escuchar dulces melodías que la aíslan del mundo que la observa, se sienta sobre sus rodillas y ya, complaciente, me llama suavemente y me invita, cosa que siempre me sorprende, a que le coma lo más rico que tiene, quiere compartir conmigo su más preciado tesoro y que yo tanto anhelo. Ante tal invitación y dado el estado de excitación al que me ha hecho llegar, hoy solo pienso en comérmelo entero y con un rápido y diestro movimiento agarro todo su almuerzo y salgo volando, ¡hasta mañana preciosa!

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