VICIO ENGENDRADO
El oscuro callejón, de aquella espera de aspecto extraño, me mantuvo la atención durante largas horas, en aquellas tardes de verano aburridas.
Todo el mundo era feliz, nadie salía de aquella calle descontento.
El trámite era sencillo, entraban se desnudaban, cogían su respectiva cesta y acto seguido elegían sala de fumadores. El simple hecho de fumar era esencial para dividir la masturbación.
Mas tarde, según su aspecto, color, edad y pelo, unos corrían más suerte que otros.
A Braulio, de aspecto joven, fino y dulce, le volvían especialmente loco los rudos, oscuros, maduros y precoces.
Braulio, era todo un éxito en aquel lugar, una vez dentro no podía encontrar su soledad. Manos, bocas y piernas, acariciaban, lamían y rodeaban su cuerpo, hasta que fijaba especialmente la atención en un miembro del grupo, si era duro y grande siempre mejor.
El paso siguiente que Braulio realizaba, consistía en caminar directo a su silla, habiendo antes elegido a su miembro mas duro.
Braulio elegía siempre el «qué», el «cómo» y el «donde». Podía hacerlo y se aprovechaba.
Los sentaba en la silla y frotaba su pene cerca de sus manos, insinuando así, qué se debía de hacer con estas.
Una vez que conseguía su primer objetivo, el resto iba solo, se sentaba fuerte y firme sobre su pene y sin introducirlo aun, se rozaba una y otra vez sobre el.
Una vez acabado el ritual, y con el corazón y la piel a mil, se levantaba y sentaba sobre otra polla, siempre la más dura que veía en la gran sala, dejando al anterior con una explosión de sexo que no podía controlar y que por lo general se veía obligado a pajear hasta aliviar la presión que Braulio había producido.
Una vez acabado de pajear, se acercó a Braulio, con intención de vengarse. Le metió en la boca algo más que la polla, hasta que Braulio empezó a quejarse, le chistó, saco el cuchillo y le rasgo torso de arriba abajo, el bonito y terso cuerpo de Braulio, se veía fulminado por el vicio engendrado.
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