Relato erótico de Luisa

SORPRÉNDEME 
– Sorpréndeme, a ver lo que haces con los ojos vendados y las manos atadas- dijo él.
– No. Te sorprenderé, pero serás tú el que estés atado – dijo ella.
Hoy era ella quien quería atarle las manos y vendarle los ojos, contrariamente a lo que venía siendo habitual.
Hoy era ella quien tenía que actuar; no era su papel; nunca había hecho nada parecido, pero sí era cierto que lo había imaginado en múltiples ocasiones. Pero su imaginación había sido únicamente suya, con ella misma, e íntima. Y ahora eran dos.
Pensó que la barra de la ducha era un buen sitio para atarle las manos. La bajó un poco, y ella las ató fuerte con la toalla, de tal forma que aunque quisiese, no pudiera zafarse.
Él estaba expectante: le divertía ver cómo ella se lo tomaba tan en serio, y le gustaba verla actuar. Sólo las acciones de ella lo estaban excitando.
Ella sentía temor, pero no podía dejar pasar el reto. Lo miró, le sonrió y con decisión cogió su pañuelo y le tapó los ojos.
Cuando ella pasó el pañuelo por su cara, él sintió cómo su aroma le cerraba los ojos, y cuando lo anudó, sintió su aliento profundo en la nuca, lo que le ocasionó un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo. Tan sólo ese gesto le hizo perder su fuerza en las piernas, que se acumuló casi por completo en su miembro.
Ella le observó; le vio hermoso, como una estatua griega con toda su musculatura marcada. Sintió el nerviosismo de él por lo que iba a pasar y porque él no podría controlar la situación, con esas manos maniatadas y sin poder ver lo que sucedía.
Ella se lo quería comer, pero se dio su tiempo. No podía quemar las naves antes de partir.
Le pasó las manos por el interior de sus muslos abriéndole las piernas. Él sintió cómo metía su cabeza entre sus piernas. Esperaba que le chupara su polla, pero se equivocó: la lengua de ella se deslizó por su culo, y él sintió cómo se encogía, al tiempo que empezaba a sentir como si se deshiciese. Quería abrazarla con urgencia, pero no podía.
Ella sentía el cuerpo de él en toda su extensión, como nunca antes lo había sentido. Se abrazó a sus piernas, y fue ahora cuando comenzó a chuparle su polla con toda la intensidad que le estaba llevando su deseo.
Él gemía. No podía aguatar más. Esa postura le debilitaba el control. Ella le abrazó, esta vez extendiendo todo su cuerpo sobre el de él.
Por fin, le desató las manos, anudándolas posteriormente con las suyas.
Al tiempo ambos cayeron de rodillas, fundiéndose en un beso que les llevó a un orgasmo único y anudado. Como sus cuerpos.

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