Relato erótico de Micky

HOTEL PARAISO

 

Es Sábado por la mañana de un día de verano excepcionalmente caluroso, según la hora son las doce, los rayos de sol se filtran entre las rendijas de las persianas mientras el yace sobre la cama tapado con una fina sábana. Pasados diez minutos decide levantarse con sumo cuidado de no despertar a su compañía de la noche anterior, una chica con una larga melena rubia, esbelta y con la tez blanca como la porcelana. Hace el gesto de querer darla un beso pero rectificó y se incorporó para salir cuanto antes de aquella habitación. Fue una noche de sexo desenfrenado y ella era una chica como otras tantas que iban y venían. Se vistió y se marchó, pues eran días de unas más que merecidas vacaciones en aquel lujoso hotel de una zona paradisíaca que no desperdiciaría.

Bajó a la playa, colocó su toalla y se dispuso a mirar el horizonte pensando en si no estaba desperdiciando su vida.Noches de sexo lujurioso, alcohol y drogas empezaban a quemarle, pero su mala tendencia a la autodestrucción le impedía poner fin a su alocada vida. Entonces fue cuando la vio, una chica morena, de pelo corto con la piel blanca, delgadita y con las mejillas ligeramente rojizas.
Ella estaba leyendo un libro y por lo que parecía, estaba sola. El se acercó con su imponente físico y se percató de que lo miraba furtivamente, entonces fue donde ella y empezó a entablar una conversación, dada su labia no le costó que se centrara en el dejando el libro olvidado. Tras el paso de las horas en las que habían conversado, comido y paseado, la invito a una cena.
Durante la cena, ella le había estado contando una tormentosa relación que tuvo hace un año y desde entonces no hubo nadie en su vida, ni siquiera visitas esporádicas. El ya se había fijado en la inocencia que ella emanaba y eso encendía aún más, si cabe, sus ganas de pasión. Después de cenar fueron a bailar a una discoteca de la zona, donde empezaron a conocerse más a fondo mediante miradas coquetas y roces. Más tarde ya se fueron al hotel.
Justo delante de la puerta de ella, sin mediar palabra, la beso. Entraron en la habitación mientras se besaban y abrazaban con la misma pasión que las llamas del fuego envuelven el frío manto de la noche. Ella sentía un escalofrío, un sentimiento de placer y lujuria. El la había llevado a ese lado oscuro de la mente donde los sentimientos vuelan desnudos en el aire, donde no importa quien seas, donde no importa nada, solo la dulzura y sensualidad de unos labios besándose con deseo, de unas manos palpándose sus sexos, sin temor a ser descubiertos por la desdicha. Lentamente se desnudaron y fueron mediante besos y caricias a la cama, donde dieron rienda suelta a su salvaje necesidad de lujuria. El se dispuso a repasar lentamente con su lengua y pequeños mordiscos su cuerpo, desde los pies pasando por sus muslos, hasta llegar a su sexo, donde se detuvo mientras ella le agarraba la cabeza y soltaba leves y sensuales gemidos. Después continuó su marcha hasta llegar a sus senos, con la lengua repasaba un pezón mientras que con las yemas de los dedos acariciaba ligeramente el otro y acto seguido se dispuso a penetrarla mientras ella le arañaba la espalda. Empezó lentamente y siguió con embestidas más rápidas, fuertes y constantes. Tras un movimiento brusco, la colocó encima suyo y ella comenzó a mover sus caderas enérgicamente, mientras el la daba pequeños azotes en sus nalgas. Ambos gemían y gritaban hasta que llegaron al límite y después de un rugido final, cayeron agotados.
Al día siguiente, ella se despertó, eran las once de la mañana, estaba feliz y radiante. Se fijó que su compañero de lujuria no se encontraba en la cama y tampoco estaba su ropa, solo había dejado un ligero aroma y una sonrisa en su cara de lo que había sido hasta ahora su mejor verano. Aquel hombre misterioso la devolvió las ganas de vivir intensamente. Quizás fuera hora de comenzar una nueva vida…

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