Relato erótico de Ronin

CALOR Y PLAYA

 

El Lorenzo castigaba duro ese día la playa, calentando tanto la arena como los cuerpos esculturales que yacían tumbados por doquier. Pieles suaves y bronceadas reflejaban la dorada luz, entre los aceites corporales que las bañaban.
Una joven pareja paseaba junto a la orilla del mar, dejando que las crestas espumosas se batieran contra sus tobillos. Por un instante detuvieron su avance, así como el tiempo, para abrazar sus cuerpos semidesnudos en un largo y prolongado beso. Sus labios se rozaron hambrientos de deseo, mientras se retorcían las lenguas juguetonas en el interior de sus bocas. La mano de él se deslizó recorriendo la espalda de la joven, hasta aferrarse firmemente a su nalga izquierda.
Un grupo de chicas se disponían tumbadas a tomar el sol, mientras otra esparcía el bronceador por sus cuerpos. Frotándolos suavemente con sus manos, extendiendo el líquido desde el cuello y los hombros en un sensual masaje que recorría toda su espalda. Cuando el fluido se escapaba en alguna de ellas desde el hombro hacia delante, esta aprovechaba para incorporarse y frotarlo entre sus desnudos pechos. El movimiento circular de sus manos apresándolos y liberándolos los hacía bailar en el aire, brillando, impregnados de lubricante.
El polo de fresa entraba y salía de los apretados labios que lo envolvían. La mujer que lo agarraba en su mano lo mantenía firme, mientras chupaba ansiosamente todos sus fluidos. De vez en cuando lo sacaba por completo lamiéndolo de abajo a arriba, para volver a meterlo casi por completo en su interior.
La arena estaba muy caliente, incitando a cualquiera a juguetear con sus manos en ella. Aquel que se aventuraba a hacerlo, notaba el palpitar de los escurridizos granos resbalándose entre sus dedos y la imperiosa necesidad de introducirlos de nuevo en ese ardor, una vez, y otra, y otra…
Un chico sacó la larga vara de su sombrilla y empezó a clavarla en la arena. Los músculos de su sudoroso cuerpo se contraían con cada embestida, hundiendo poco a poco el duro y grueso palo en la húmeda arena.
– Un poco más –decía entre suspiros.
El jadeo de su respiración se acrecentaba fundiéndose con los gemidos del propio esfuerzo.
– Más adentro… hasta el fondo
La sujetó fuertemente entre sus manos apoyando su cuerpo sobre ella, notando el rozar de la vara contra el interior de la arena, más y más húmeda.
– Ya casi está… ya casi está…
Un último gemido prolongado se escapó entre sus labios como un susurro, liberando la tensión de su cuerpo. El esfuerzo había terminado. Sentándose con cara de satisfacción, a contemplar su gran obra.

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