Relato erótico de Sabrina

PROPINA SINIESTRA

Desde que accedió al local en el que trabajo, me produjo un rechazo visceral, sin saber el porqué, aunque jamás le había visto. Y eso que físicamente podía ser de los más atractivos que solían aparecer por aquel club. ¿O sería tal vez por eso mismo?

Fue pasando revista a las chicas, acompañadas o no, que estábamos allí. Procuré ocultarme tras mi copa de seudo cava. Pero tal vez ese miedo que experimentaba le atrajo hacia mí, ante la indiferencia que le demostraban las demás. Me desnudó con la mirada de arriba a bajo y terminó de ver las que le quedaban al final de la barra.

Volvió sobre sus pasos y, entonces, sin apenas fijarse en mí, me dio la pasta, más de lo estipulado, me señaló las escaleras y tomando la copa de mis manos la dejó en la barra tras terminársela de un trago. No tenía escape. No habíamos intercambiado ni media palabra.

-¿Cómo te llamas, guapo? -pregunté con falso interés.

-Qué más da. No me vas a volver a ver. Yo no quiero saber el tuyo. Mueve el culo como supongo que sabes hacer. Venga, que no tengo tiempo que perder.

Después de cerrar él la habitación, fui hacia el servicio.

-¡Sal en pelotas! -me dijo-. Nada de a medias.

Yo temblaba sin poderlo remediar, mientras dejaba mi escasa ropa. Me miré al espejo, pasé mis dedos por mi melena caoba, tomé aire y abrí.

Al salir ni se dignó mirarme y me señaló la cama mientras terminaba de desnudarse. Estaba empalmado y bien dotado. Se dirigió hacia mí, con un revolver que depositó en la mesilla, junto a un paquete. Me sentí aterrada

-Sólo si te portas mal, mona, lo usaré contra ti -me dijo mientras me penetraba sin perder un momento.

Tal y como le había visto y dada la cadencia de movimientos que imprimimos, se corrió enseguida. No me extrañó y me hizo pensar que habríamos terminado. Ello me llevó a relajarme y cerrar los ojos. ¡Qué equivocada estaba!

Se salió, pero enseguida sentí algo frío dentro de mí. No era un dedo suyo. ¡Era el revolver! Me quedé paralizada.

-Muévete como antes, que lo has hecho muy bien o no lo volverás a hacer jamás, que mi amigo tiene el gatillo muy ligero.

Impulsivamente empecé a agitarme, a pesar del dolor que me producía aquel objeto dentro de mi vagina. Su gesto era tan repugnante que preferí no mirarle. Su apostura había sucumbido ante una mirada que me era imposible de definir. No era ni lujuria, ni placer, ni menos deseo. Era ¿venganza?

-Ni se te ocurra parar o abrir ahora los ojos, que te los arranco -me dijo al cabo de un buen rato, cuando noté que sacaba el arma. El punto de mira me produjo un dolor terrible al salir, pero no por ello dejé de obedecerle. A los locos dicen que hay que seguirles la corriente y estaba convencida de que aquel hombre en esos momentos lo estaba.

Le oí succionar. Supuse que era mi flujo que habría quedado en el cañón.

Sonó un estruendo no muy fuerte. Abrí aterrorizada los ojos. Caía sobre mí con el revolver en la boca y los ojos fuera de las órbitas. Lo aparté como pude y salté fuera, manchada por su sangre que le brotaba de la boca y la nuca.

Me quedé paralizada mirándole. La música del salón parecía que había evitado que se enterasen abajo.

Entré en el baño, me di una ducha llorando y rascándome con rabia toda la piel para quitarme cualquier vestigio de sangre. Me vestí y salí.

Iba a llamar al encargado cuando vi el paquete en la mesilla. Me acerqué y lo abrí. Contenía un buen fajo de billetes y una nota que, al leerla, me dejó de piedra:

“Tengo sida terminal, sin remedio. Para que te traten, seas quien seas. Una puta como tú me hizo esto sin avisar. Estamos en paz”.

Esa nota la tengo bajo la almohada de la cama del centro en el que me están tratando. Cada vez que la leo me acuerdo de la madre que parió al cliente cuyo nombre no he querido saber. ¿Para qué?

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1 Comentario

  1. Fuerte, pero bueno.

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