Relato erótico de TRS

La-amo 

 

Ella siempre quiso invitar a alguien a nuestras sábanas, a nuestros encuentros de pareja. Nunca puso reglas sobre el género, orientación sexual, actitud o aspecto físico, eso me lo dejaba a mí, decía. Yo, siempre fui reacio.
La mañana en la que ella cumple 30 años nos duchamos juntos, lavándonos el uno al otro, hablando de lo que haremos el resto de la jornada laboral.
Nos despedimos en la puerta, cada uno toma un camino.
Me cito con una amiga. Una asesora erótica, con una maleta llena de sensualidad y juguetería. Esta condición asegura que el presente y la actitud de este nos gustarán.
Tomamos café mientras la explico lo que deseo regalarla a mi pareja. Ella, me aconseja sobre que adquirir.
     – No sé si es el regalo adecuado – duda – sin saber lo que a ella le gusta, sin que ella lo sepa.
     – Es parte del regalo, no tendremos problema.
     – Y tú, ¿estarás cómodo? – se interesa, graciosa, por mí.
     – Yo estaré bien – Ansioso, pienso.
Cuando llega a casa ya la estoy esperando.
Abre la puerta con curiosidad y me encuentra delante de ella vestido con media sonrisa. Y un “vale por una fantasía sexual”.
Ella, sin dudarlo, pide compañía en nuestros juegos de amantes. Reímos.
La beso los ojos para cerrárselos, la acompaño de la mano hasta la habitación que he ambientado para la ocasión. Antes de que los abra, la desnudo y tumbo, la ato de manos y pies a nuestra cama, cubierta con una sábana negra de vinilo.
Al contacto con los amarres y la textura de la sábana ella se estremece. No hay duda, ¡desea su obsequio!
Cuando decide mirar yo ya tengo una vela de la mano, al principio duda, después me lanza una mirada de aprobación y lujuria.
Derramo el aceite de la vela caliente por su pecho, arquea la espalda… Masajeo sus pechos mientras estos se vuelven más tersos, los pezones se erizan con las caricias. Extiendo el aceite por su torso, por su vientre y caderas. Me recreo en sus costados, en el cuello estirado de deseo, en sus brazos que pelean con las ligaduras.
Lo convierto en la masturbación de cada poro de su piel.
     – Fóllame – se la escapa en un hilo de voz. Suplicante.
     – Aún no. Esperamos compañía – digo con picardía.
Aprieta los parpados con agonía.
Me hago con la pluma y polvos de frambuesa. Su mirada se torna curiosa.
Deslizo la pluma por su hombro, cubro su cuerpo desnudo y aterciopelado de polvo blanco, dulce. Me detengo en su pubis.
Destierro la pluma. Decido hacer desaparecer aquella polvareda pasando mi lengua, por cada recodo, intentando no perderme en el camino.
Mientras lamo su cintura ella mueve el cuerpo buscando mi boca con su sexo. Llego a sus ingles sin poder esperar más. Clavo mi lengua en su clítoris. Dándome cuenta de cuanto me necesita allí la colmo de besos, entre sacudidas se deja ir en mi boca, llenándola de placer.
Saco la cabeza de entre sus piernas. Ella, extasiada, aun no ve. No quiero dejar que lo haga con claridad antes de presentarle a nuestro invitado.
Me incorporo para mostrarla un vibrador con dos extremos. Ella sonríe de nuevo, agotada.
Suelto los amarres de sus pies, e introduzco la parte más larga y ancha del dildo en su vagina. Lo recibe con un profundo suspiro, lamiendo su labio inferior, abriendo hasta el límite las piernas. Encendido, proporciona una oleada de vibraciones en el extremo más corto que se topa con su clítoris en cada embestida.
Me encargo de moverlo a su antojo, mientras ella con sus movimientos va pidiéndome más ritmo, más fuerza, más veces, más tiempo…
Se derrite agarrando la sábana que no deja que resbale su piel, levanta los pies para no entorpecer el paso de su mecánico amante, cierra los ojos mientras yo… no puedo dejar de mirarla, con una erección que duele. Y en pocos segundos… se corre en un aullido que hace que también yo me corra.
Su cuerpo se desmaya, y el mío cae encima de ella. El de nuestro nuevo amigo sigue vibrando, como un amante incansable, como el invitado perfecto de nuestros juegos de pareja.

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