Siempre que me pongo las Martens vuelvo a la adolescencia.
A esos años en los que casi dormía con ellas. Daba igual que hiciesen -2 grados que 28, que allá que iba yo.
Pero no sólo eso.
Vuelvo a las primeras veces.
Los primeros besos, las risas, las escapadas, los vaciles, los juegos, las confidencias, las risas, los corazones henchidos y los rotos, la música, los parques, las risas, las copas, los bailes, los paseos, las discusiones y, de nuevo, las risas.
Un día mi madre, tras muchas amenazas, aprovechó que dormía para tirar las botas a la basura.
O se fueron ellas solas tal y como estaban.
Todo es posible.
Y nada cambió. Todo permaneció como hasta entonces.
Ahora las vuelvo a llevar y revivo aquello que sentí y sonrío.
Pero la magia no está en ellas.
Nunca ningún objeto tendrá ese poder.
Nuestra memoria si.
No la que te recuerda que mañana tienes dentista o si has cogido las llaves al salir de casa, sino la memoria del placer.
Esa en la que guardamos todo lo que nos hace bien. Esa que siempre tenemos que seguir llenando de experiencias.
Esa que cuando revisitas te pone la piel de gallina ?
*La frase que da título al post es de ‘Tokio ya no nos quiere’ de Ray Loriga
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